martes, 1 de enero de 2013

El señor de los bucles. Historias del desierto 1


Historias del desierto                                                                          

El señor de los bucles

C. Virgil Gheorghius

 

 
Escuche usted, no se distraiga, le presentaremos a Abd-Al-Muttalib, venga con nosotros a lo profundo del tiempo y a lo anterior en la edad, acompáñenos a La Meca, a la antigua, antes de que sea ciudad santa. Abd-Al-Muttalib es uno de los seis oligarcas de La Meca, es decir, uno de los que mandan y tiene el poder. Véalo, es de alta estatura, más corpulento de lo que suelen ser los árabes en general, tiene la tez blanca; además, cosa inaudita, se tiñe la barba y el cabello desde que, durante un viaje a la Arabia meridional, a la Arabia del Sur, recibió de manos de un príncipe yemenita un frasco de tinte acompañado de las explicaciones para su empleo. Como bien observa Abd-Al-Muttalib es un hombre rico y elegante, ha pasado ya de los cincuenta años. Usted no lo sabe aún pero la suerte le ha proporcionado cuanto podría hacer de él un hombre feliz, pero no es así, a pesar de todo su vida es un drama, cuando converse con usted, como cuando conversa con sus amigos y otros mercaderes, le es imposible alejar por un instante la preocupación que le tortura…

Pero hoy usted será testigo. Por primera vez, Abd-Al-Muttalib, oye hablar de una desgracia que supera la suya. Y mientras dura el relato de aquellos sucesos, olvida su propio dolor. El que narra, conózcalo, es todo un personaje, es Al-Harith-Ibn-Muad, jefe de la tribu de los jurhumitas de La Meca. Se trata de una matanza, un exterminio perpetrado en Nedjran, en un oasis en la Arabia meridional.

Pero he aquí escuchemos los hechos que cuenta Al-Harith y que han ocurrido unos años antes, alrededor del 530 de la Era cristiana. Debe usted saber que Arabia es un territorio inmenso, de más de tres millones de kilómetros cuadrados; pero las nueve décimas partes son estériles, extensiones de arena, de piedra roja y de lava. Sólo la décima parte es fértil, constituida por regiones que se hallan sobre todo en el Sur y especialmente en el Yemen. Sépalo, Yemen significa “el país de la derecha” o también “el país dichoso”. Los romanos lo llamaron Arabia Feliz. Allí vivió en los tiempos bíblicos ¿Se acuerda usted? La Reina de Saba, contemporánea de Salomón. El Sur de Arabia ha sido cristianizado varias veces, descristianizado de nuevo y vuelto a cristianizar. El primero en llevar la palabra del Evangelio a aquellas tierras fue –según la tradición- uno de los doce Apóstoles de Jesucristo, san Bartolomé. Evangelizó el Yemen antes de franquear el estrecho de Bab-el-Mandeb y pasar a Abisinia.

El reino himyarita, en la Arabia del Sur, tiene por soberano a Dhu Nuwas, es decir, “el señor de los bucles” Judío de religión, decide –como es costumbre- que todos sus súbditos estén obligados a adorar al mismo Dios que él. Los súbditos se someten. No merecerían el nombre de tales los súbditos que no se sometieran a su rey. Pero Dhu Nuwas no queda satisfecho. Deseaba que todos los pueblos vecinos se convirtieran también al judaísmo. Ahora bien: al Norte, los primeros vecinos del rey Dhu Nuwas son los árabes del oasis de Nedjran. Nedjran es una zona de tierra que se extiende en una longitud de 100 kilómetros, en medio del desierto de arena y de piedra. Ese jirón de tierra se halla al borde del terrible desierto Rub` Al Jali, que cubre de roja arena y de piedras ochocientos mil kilómetros cuadrados y que al norte se prolonga por otro desierto, el Nefud –es decir, “las dunas”- o Bakú-Billa-Ma, que significa “Mar sin agua”

Sepa usted que entonces Dhu Nuwas, “el señor de los bucles”, manda decir a los árabes cristianos del Nedjran que les invita a adorar el mismo Dios que él y la respuesta que estos darán al judío debemos saberlo a la próxima vez que nos encontremos ya que ha llegado la hora de mis oraciones…

(transcripción de Sal-al-Din ibn Tanus)

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